Iván Tovar único para siempre
Iván Tovar conquistó París.
Cuando volvió a Santo Domingo era, al más alto nivel de los círculos artísticos franceses y europeos, una personalidad, con una bibliografía impresionante que siguió extendiéndose después del retorno. Este reconocimiento vale aun más en la creación surrealista, la cual exige desarrollar un discurso nuevo y mantener su pureza. Cuando Tovar tenía solo 26 años, el especialista cimero en el surrealismo, José Pierre, publicó un texto muy extenso y apasionado (reproducimos muy breves extractos). Esa ponderación para el muy joven pintor dominicano, tenía carácter premonitorio: ya anunciaba al único artista nuestro en estar reconocido y valorado, realmente, a nivel internacional. En sus obras, Iván Tovar reinventó el mundo, lo trastocó. Lo transformó. En cierto sentido, conservó el bodegón, el paisaje y hasta el retrato, pilares de la vieja academia, pero él cambió totalmente su identidad, a su guisa, como lo sentía, lo soñaba, lo exploraba. Objetos y sujetos, temas y anatemas, ignotos, perturbadores, hipnóticos, nos llevaron al clímax estético, durante más de medio siglo, el placer de lo desconocido, alcanzando la cuarta dimensión que requería André Breton. ¡Una fruición permanente, casi insolente!
La seducción “tovariana” conjuga una bellísima materia lisa, refinada, florentina aun, y colores sobrenaturales en sutileza tonal y saturación luminosa, dotada a la vez de una ligereza voluble y de una densidad única en el arte dominicano. Al mismo tiempo, líneas y contornos exaltan el rigor del diseño y la pureza de un dibujo que el pintor colocaba como valor supremo. La etapa inicial del siempre larguísimo proceso pictórico de Iván Tovar era esencial, y él lo expresó: el cuadro está definido en su morfología y principios orgánicos. El artista medita su onirismo sobre lienzo, boceta los elementos, pincela las sucesivas capas de pintura, pronto algunas veces, otras… dejando descansar el lienzo durante semanas. Cuadros inconclusos son obras maestras. La ventana, la llama, la esfera, los cuernos –accesorio surrealista básico–, el muro, la espiral, las curvas, el rectángulo, la geometría hipersensible, las estructuras carnosas, traducen el esplendor sensual de sus metáforas visuales. ¿Aquellas “máquinas” oníricas incomparables, a las que atribuyeron un ignoto sadismo pictórico, no fueron más bien la expresión sublimada de una suerte de masoquismo, irrefrenable para una salud frágil? Un itinerario. Su vida fue un itinerario: sin mencionar otros viajes, San Francisco de Macorís –el lar natal–, Santo Domingo, París, Santo Domingo, Jarabacoa, París, Santo Domingo, Santiago de Compostela, Santo Domingo –el mes fatal–. Años, días, etapas… la estancia última en París resultó muy breve, el París que amó Iván ya no existía, y pronto él regresó. Con esa risa inconfundible que crujía como brote de burbujas en el agua mansa, Iván Tovar decía que “pintar es una manera agradable de complicarse la vida”. Esta propuesta sonaba muy simple cuando otrora la escuchamos, fascinados ante su pintura, pero luego, partido Iván, empezamos a “repensar” lo que significaba, y la reflexión se hace obsesiva e inextricable…Iván Tovar no solamente fue el “Pintor”, sino también escultor, dibujante, grabador, grafista –recordemos el Alfabeto Tovar– y poeta, revoloteando las palabras como pinceladas. Más que incontrolable y virtuoso en todas las categorías, él fue un genio: para Iván Tovar, la calificación sí se aplica. No queremos abundar más.
Con Iván Tovar, dueño de una increíble bibliografía internacional –francesa sobre todo–, se corre siempre el riesgo de elucubrar de modo impropio, de repetir, de restar más que agregar. Que descanses en paz, Iván. A muchos nos duele tu partida, y compartimos la congoja de tus seres cercanos, María, Danielle, la pequeña Ivanna.… Nos permitan reproducir dos demasiado cortos extractos de ensayistas y escritores franceses, el primero, de José Pierre –una dolorosa muerte para Iván en 1999–, el segundo de Jean-Michel Goutier, el último que se publicó y data del año 2000. José Pierre. La serpiente, el águila y el tatú. “Para quien consiente en mirar las telas de Iván Tovar, se impone esta evidencia: son hasta tal punto singulares y de una a otra llenas de la misma tensión, que, de ahora en adelante, se reconocerán entre cien otras de los más diversos pintores.De un pintor de esta edad, y hoy, cuando a los artistas no les gusta nada más que caminar en los pasos de otros, he aquí lo que desmiente esta propensión a la personalidad, denunciada con grandes gritos por los voceros de la banalidad planetaria.
Precisa y fría, la luz que baña estas telas parece emanar de los seres que se despliegan delante de la cortina negra: ningún escape a los paisajes terrestres se admite, ninguna diversión”.“Sobre todo, como es el caso para la pintura de Iván Tovar, su novedad no se atiene al solo hecho de su nacimiento, sino a una nueva contribución al conocimiento del hombre y de sus sueños, al aporte de un nuevo diamante donde pueda refractarse diferentemente la luz del deseo”.París, 20 de enero del 1969I ván Tovar.
Jean-Michel Goutier. “Mucho más allá de la apropiación del objeto, la cual tiene por efecto extender el enfoque del pintor al espectro tridimensional, yo diría que en esta disciplina Tovar aparece ante mis ojos, ora bajo el aspecto del gran espadachín, ora, según el material utilizado, bajo el aspecto de un constructor que se apresura en elevar un tótem tan pronto siente la necesidad de afilarse las garras”.“El hombre propone y dispone. El pertenecerse por entero, es decir, mantener en el estado anárquico la franja cada día más temible de sus deseos, depende de él. Estoy convencido de que Tovar no me va a contradecir si termino el análisis de su trabajo con esta ‘Bocanada de oxígeno’ de André Breton que tiene el mérito de dejar abiertas las apuestas para el mañana”. París, 17 de diciembre del 2000.